jueves, 5 de marzo de 2009

El ladrón de anclas.


Hasta ayer existía un lugar donde habitaba una barca de pesca varada en tierra, pintada de azul añil, en un ecosistema hostil para ella, tan solo aliviado en parte por el sinfín de anclas que a modo de mar alguien amablemente dispuso a su alrededor, fabricando sin buscarlo una imagen bella y surrealista. Esperaban al atún rojo, viajero incansable que pronto hace estación en el estrecho. Transcurrido el tiempo necesario, las olas prometidas se iban acercando cada día más, oxidando con su brisa el pesado metal y acariciando noblemente la madera de su proa.
Pero otras redes distintas a las de la almadraba, más humanas por su rasgos que por sus actos, han requerido la presencia de las anclas. Un robo sin precedentes ha hecho más surrealista el suceso: alguien se ha llevado con nocturnidad y alevosía cientos de pesados anclas.
Y mientras ese sujeto desconocido disfruta de tan suculenta captura, tal vez desde lo alto de la montaña desde donde se divisa el horizonte movido del mar podamos ver, en un día claro, el nado alegre del atún que este año conocerá costas más lejanas.
Fotografía realizada en un lugar de la costa de Cádiz, hace unas semanas; historia basada en hechos reales.

1 comentario:

Sal dijo...

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Sal
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