domingo, 31 de agosto de 2008

te cuento... "Convivencia insoportable".


No aguantamos a la del tercero. Ella a nosotros tampoco. Son ya muchos años de mala relación como para resumirla en pocas líneas. La mujer habla poco, pero cuando lo hace parece que quisiera volvernos locos. Además, de manera burda y descarada. Un ejemplo, tiene un perro pastor, alemán; pues nos jura que sabe hablar. Y hablar, no habla, que sepamos, aunque bien mirado, rasgos humanos sí tiene. Dicen que los animales terminan pareciéndose a sus dueños; o viceversa, no sé, pero son tal para cual. Si nos cruzamos en el rellano, la mirada del can se dirige al lado contrario por el que nosotros llegamos, de forma sincronizada con la dueña, como si el muy animal tuviera entendimiento, que es lo que más nos ofende, que intente ponerse a nuestra altura. Y ya no podemos más. Ahora bien, para actuar contra el perro tenemos que actuar forzosamente contra su dueña, que al fin y al cabo, es la dueña de la casa e igual de insoportable. La hemos intentado echar de la finca en reuniones ordinarias, extraordinarias, clandestinas y hasta mafiosas. Pero en esa casa nacieron sus abuelos, sus padres y ella misma, y dice que es una costumbre familiar. Que digo yo, eso es un mal hábito, no un derecho. Y un mal hábito, ya se sabe, es un vicio. Así que la hemos denunciado por viciosa; y por fea. Todo, después de tomarnos unas copas de más, eso sí, un sábado por la noche, después del partido. Nos fuimos a la comisaría y el policía de guardia sorprendentemente aceptó la denuncia, no sabemos si por guasa o porque hacía huelga a la japonesa. Hasta al juez le hizo gracia el asunto; el fiscal le miraba de reojo, sonreía y miraba al suelo para disimular. Su señoría nos entendió. La castigó a realizar servicios para la comunidad. Pero como no tenía antecedentes penales tuvo la venia de concederle libertad para elegir la "Comunidad", con mayúscula. Un error tipográfico que le dió un giro de cientochenta grados a la sentencia. Porque claro, qué Comunidad iba a elegir: la de vecinos, la suya, en la que nacieron sus abuelos, sus padres, y ella misma. Y ahora nos la topamos continuamente, que hasta hace horas extras para reducir su pena por buen comportamiento, pudiéndosela ver tanto en la madrugada cambiando una bombilla como al amanecer fregando el suelo limpio. Acompañada de su perro, claro. De su puto perro, que nos mira triunfante, con maldad, que hasta ha aprendido a sonreir para que vayamos contándolo y nos tachen de locos.
Y te digo una cosa. Le vamos a decir un par de cosas a la cara a ese animal. Le tenemos preparada una sorpresa que le va a faltar sitio para esconder el rabo.
Ni se lo imagina: estamos aprendiendo a ladrar.
Y bien. En alemán. Para que nos entienda. Chucho de mierda. Sonreirnos a nosotros.
Foto tomada en La Barceloneta, barrio mágico, decante, antiguamente de pescadores. BARCELONA.

No hay comentarios: